La espera del alumbramiento, la labor de parto, el dolor, la incertidumbre, los vómitos durante los primeros meses de embarazo y las incomodidades físicas que acarrea el cargar a un bebé en el vientre por nueve meses, quedaron subsanadas y en el pasado cuando tuve a Diego en mis brazos por su primer segundo de vida.
Mí pequeño que pateó mí vientre tantas veces, finalmente había llegado. Llorando con toda la fuerza que podían contener sus pulmones y consolándose rápidamente al encontrar los brazos de mamá y papá. He ahí el inicio de una hermosa jornada ahora compartida por tres personas.
Aún con dudas sobre si estába haciendo bien mí papel como madre primeriza y al tanto de que no le faltara ni pasara nada a mí pequeño, Diego me reafirmaba que él estaba más que feliz de estar con las personas que más lo amarían en el mundo.
Dos años han pasado ya y poco a poco te has transformado en un pequeño niño. Tu personalidad y carácter también se han empezado a definir y tus ternuras y gracias cada día son más occurrentes.
No puedo dejar de lado que los rasgos de independencia también han salido a flote y a veces es difícil permitirte hacer algo que aún no puedes hacer por ti mismo. Se que te enojas en ese momento pues realmente quieres demostrarnos a papá y mamá que estás en control de la situación, pero tenemos que intervenir para evitar que te lastimes. Es parte de crecer Diego, y así será por algunos años más. Pero créeme, nosostros te conocemos al derecho y al revés y siempre te brindaremos nuestro amor y ayuda ante todo, nunca la olvides.
Sólo tienes dos años ahora, pero espero que cuando tengas catorce o quince o dieciseis años, regreses a leer el blog del día de hoy y pienses en estas palabras que estoy escribiendo para ti.